Hola buen día, los saluda Mary Tere de Vargas con el tema (el espíritu de la libertad) espero que lo disfruten mucho, que tengan una hermosa y bendecida semana
EL ESPÍRITU DE LA LIBERTAD
¿Qué es el espíritu de la libertad?
No puedo definirlo; solamente puedo decirte lo que yo creo.
El espíritu de la libertad es el espíritu que busca entender la mente de otros hombres y mujeres.
El espíritu de la libertad es el espíritu que pesa sus intereses contra los propios, sin favoritismo.
El espíritu de la libertad nos recuerda que hasta un gorrioncillo puede volar libremente en esta tierra.
El espíritu de libertad es el espíritu de Él, quien, hace cerca de dos mil años, enseñó esa lección que nunca se ha aprendido, pero que tampoco nunca se ha olvidado.
¡Que habrá un reino en donde los más pequeños serán escuchados y considerados junto a los más grandes!
Si quieres ser libre, aprende a vivir de manera simple. Usa lo que tienes y siéntete contento en donde estás. Deja de intentar solucionar tus problemas cambiando de compañeros, de profesiones o mudándote a otro lugar.
Los mayores enemigos de la libertad no son los que la oprimen, sino los que la deshonran.
Pareciera que el ser libre significa no tener opresores físicos o restricciones, pero a veces podemos ser libres o a veces no, aún en el cautiverio mas increíble que se imaginen.
La libertad es algo tan de uno, que ni se compra ni se vende y no es propiedad de nadie, solo de uno siempre, y cuando la valoremos con el cumplimiento de las leyes cívicas, eclesiásticas y morales. El día que se pierdan estos valores se pierde la libertad!
También les tengo una noticia... la libertad es algo tan valioso que llena de envidia a esos seres que no pueden alcanzarla aun estando al libre albedrio, porque dentro de ellas tienen la peor cárcel que es: el odio, el desamor, la envidia y todo esto que corroe el alma y nos convierte en los peores prisioneros de nosotros mismos.
HAZ SIEMPRE LO MÁXIMO QUE PUEDAS
Cuarto Acuerdo
(Del libro los cuatro acuerdos, del Dr. Miguel Ruíz)
Sólo hay un acuerdo más, pero es el que permite que los otros tres se conviertan en hábitos profundamente arraigados. El cuarto Acuerdo se refiere a la realización de los tres primeros: Haz siempre lo máximo que puedas.
Bajo cualquier circunstancia, haz siempre lo máximo que puedas, ni más ni menos. Pero piensa que eso va a variar de un momento a otro. Todas las cosas están vivas y cambian continuamente, de modo que, en ocasiones, lo máximo que podrás hacer tendrá una gran calidad, y en otras no será tan bueno. Cuando te despiertas renovado y lleno de vigor por la mañana, tu rendimiento es mejor es mejor que por la noche cuando estás agotado. Lo máximo que puedas hacer será distinto cuando estés sano que cuando estés enfermo, o cuando estés sobrio que cuando hayas bebido. Tu rendimiento dependerá de que te sientas de maravilla y feliz o disgustado, enfadado o celoso.
En tus estados de ánimo diarios, lo máximo que podrás hacer cambiará de un momento a otro, de una hora a otra, de un día a otro. También cambiará con el tiempo. A medida que vayas adquiriendo el hábito de los cuatro nuevos acuerdos, tu rendimiento será mejor de lo que solía ser.
Independientemente del resultado, sigue haciendo siempre lo máximo que puedas, ni más ni menos. Si intentas esforzarte demasiado para hacer más de lo que puedes, gastarás más energía de la necesaria, y al final tu rendimiento no será suficiente. Cuando te excedes, agotas tu cuerpo y vas contra ti, y por consiguiente te resulta más difícil alcanzar tus objetivos. Por otro lado, si haces menos de lo que puedes hacer, te sometes a ti mismo a frustraciones, juicios, culpas y reproches.
Limítate a hacer lo máximo que puedas, en cualquier circunstancia de tu vida. No importa si estás enfermo o cansado, si siempre haces lo que puedas, no te juzgarás a ti mismo en modo alguno. Y si no te juzgas, no te harás reproches, ni te culparás ni te castigarás en absoluto. Si haces siempre lo máximo que puedas, romperás el fuerte hechizo al que estás sometido.
Había una vez un hombre que quería trascender su sufrimiento, de modo que se fue a un templo budista para encontrar a un maestro que le ayudase. Se acercó a él y le dijo: <<Maestro, si medito cuatro horas al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar la iluminación?>>. El maestro le miró y respondió: <<Si meditas cuatro horas al día, tal vez lo consigas dentro de diez años>>.
El hombre pensando que podía hacer más, le dijo: <<Maestro, y si medito ocho horas al día, ¿cuánto tiempo tardaré en alcanzar la iluminación?>>.
El maestro le miró y le respondió: <<Si meditas ocho horas al día, tal vez lo consigas dentro de veinte años>>.
<<Pero ¿por qué tardaré más tiempo si medito más?>>, preguntó el hombre.
El maestro contestó: <<No estás aquí para sacrificar tu alegría ni tu vida. Estás aquí para vivir, para ser feliz, y para amar. Si puedes alcanzar tu máximo nivel en dos horas de meditación, pero utilizas ocho, sólo conseguirás agotarte, apartarte del verdadero sentido de la meditación y no disfrutar de tu vida. Haz lo máximo que puedas, y tal vez aprenderás que independientemente del tiempo que medites, puedes vivir, amar y ser feliz>>.
Si haces lo máximo que puedas, vivirás con gran intensidad. Será productivo, y serás bueno contigo mismo porque te entregarás a tu familia, a tu comunidad, a todo. Pero la acción es lo que te hará sentir inmensamente feliz. Siempre que haces lo máximo que puedes, actúas. Hacer lo máximo que puedas significa actuar porque amas hacerlo, no porque esperas una recompensa. La mayor parte de las personas hacen exactamente lo contrario: sólo emprenden la acción cuando esperan una recompensa, y no disfrutan de ella. Y ese es el motivo por el que no hacen lo máximo que pueden.
Por ejemplo, la mayoría de las personas van a trabajar y piensan únicamente en el día de pago y en el dinero que obtendrán por su trabajo. Están impacientes esperando a que llegue el viernes o el sábado, el día en el que reciben su salario y pueden tomarse unas horas libres. Trabajan por su recompensa, y el resultado es que se resisten al trabajo. Intentan evitar la acción; ésta entonces se vuelve cada vez más difícil, y esos hombres no hacen lo máximo que pueden.
Trabajan muy duramente durante toda la semana, soportan el trabajo, soportan la acción no porque les guste, sino porque sienten que es lo que deben hacer. Tienen que trabajar porque han de pagar el alquiler y mantener a su familia. Son hombres frustrados, y cuando reciben su paga, no se sienten felices. Tienen dos días para descansar, para hacer lo que les parezca, ¿y qué es lo que hacen? Intentan escaparse. Se emborrachan porque no se gustan a sí mismos. No les gusta su vida. Cuando no nos gusta cómo somos, nos herimos de muy diversas maneras.
Sin embargo, si emprendes la acción por el puro placer de hacerlo, sin esperar una recompensa, descubrirás que disfrutarás de cada cosa que llevas a cabo. Las recompensas llegarán, pero tú no estarás apegado a ellas. Si no esperas una recompensa, es posible que incluso llegues a conseguir más de lo que hubieses imaginado. Si nos gusta lo que hacemos y si siempre hacemos lo máximo que podemos, entonces disfrutamos realmente de nuestra vida. Nos divertimos, no nos aburrimos y no nos sentimos frustrados.
Cuando haces lo máximo que puedes, no le das al juez la oportunidad de que dicte sentencia y te considere culpable. Si has hecho lo máximo que podías y el Juez intenta juzgarte basándose en tu libro de la Ley, tú tienes la respuesta: <<Hice lo máximo que podía>>. No hay reproches. Esta es la razón por la cuál siempre hacemos lo máximo que podemos. No es un acuerdo que sea fácil de mantener, pero te hará realmente libre.
Cuando haces lo máximo que puedes, aprendes a aceptarte a ti mismo, pero tienes que ser consciente y aprender de tus errores. Eso significa practicar, comprobar los resultados con honestidad y continuar practicando. Así se expande la conciencia.
Cuando haces lo máximo que puedes no parece que trabajas, porque disfrutas de todo lo que haces. Sabes que haces lo máximo que puedes cuando disfrutas la acción o la llevas a cabo de una manera que no te repercute negativamente. Haces lo máximo que puedes porque quieres hacerlo, no porque tengas que hacerlo, ni por complacer al Juez o a los demás.
Si emprendes la acción porque te sientes obligado, entonces, de ninguna manera harás lo máximo que puedas. En ese caso, es mejor no hacerlo. Cuando haces lo máximo puedes, siempre te sientes muy feliz; por eso lo haces. Cuando haces lo máximo que puedes por el mero placer de hacerlo, emprendes la acción porque disfrutas de ella.
La acción consiste en vivir con plenitud. La inacción es nuestra forma de negar la vida, y consiste en sentarse delante del televisor cada día durante años porque te da miedo estar vivo y arriesgarte a expresar lo que eres. Expresar lo que eres es emprender la acción. Puede que tengas grandes ideas en la cabeza, pero lo que importa es la acción. Una idea, si no se lleva a cabo, no producirá ninguna manifestación, ni resultados ni recompensas.
La historia de Forrest Gump es un buen ejemplo. No tenía grandes ideas, pero actuaba. Era feliz porque hacía lo máximo que podía en todo lo que emprendía. Recibió importantes recompensas que no había esperado. Emprender la acción es estar vivo. Es arriesgarse a salir y expresar tu sueño. Esto no significa que solo lo impongas a los demás, porque todo el mundo tiene derecho a expresar su propio sueño.
Podemos
hacer que nuestra vida sea fácil
o
complicada. En realidad, las cosas son
sencillas:
simplemente son como son.
La
complicación procede de nuestra falta
de
aceptación. Cuando no aceptamos la vida
como
es, empieza el sufrimiento y aparecen
los
conflictos. Aceptar no significa sumisión,
ni
adoptar el papel de víctima. Todo lo
contrario.
Hemos de ser guerreros, saber
enfrentarnos
a las situaciones, actuar,
y
vencer la apatía, pero a la vez saber
aceptar
los resultados de nuestras acciones.
La
aceptación, bien entendida, es actuar
sin
esperar el fruto de la acción.
Abro sin miedo mi corazón y dejo que fluya
el amor en todas direcciones.
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